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Mi pequeño pedacito de América, por Joe Cardona

¿Por qué el interés en La Pequeña Habana? Porque aquí todavía cantan los gallos por la mañana. En realidad no, y además, los gallos cantan en Hialeah, el pequeño Haití y Davie también.

Mi nombre es Joe Cardona y mi atención y cariño por el área se desprenden de una combinación de nostalgia, legado y deber cívico. Para mí, La Pequeña Habana abarca todo lo que un enclave cubano en Miami debería. Es un lugar donde Starbucks es reemplazado por el elixir de los dioses el café cubano junto con las pintorescas ventanitas desde donde se dispensa.  Es una parte de la ciudad donde mucha gente sabe mi nombre y casi la misma cantidad no.

El vecindario es volátil y sujeto a lo que yo llamo “combustión espontánea de casi cualquier cosa”. La controversia y la intriga se producen por un adjetivo equivocado y la política es una lucha a la muerte. También es un lugar construido por el anhelo y el recuerdo. Se convirtió en lo más cercano a, lo más parecido a el verdadero hogar tropical de nuestros padres y abuelos, sin embargo es el único "hogar" que mi generación ha conocido. La Pequeña Habana tiene verdadero carácter y caché y, afortunadamente, carece de la pretensión de la aldea conocida como Wynwood o el de los mega ricos extranjeros en la playa (y cuando me refiero a extranjeros me refiero a personas de otra galaxia).

Es una ciudad construida por la ética trabajadora de inmigrantes y exiliados. Primero, los europeos del este (en su mayoría judíos: La Pequeña Habana se llamaba “ciudad polaca”), luego la migración cubana, y todas sus fases, y finalmente la ola de centro y sudamerica. Es un lugar donde mi idea de lo que es América en todo su esplendor diverso se cocina fresco cada día. Entonces, cuando Rosi (la editora) me preguntó si escribiría una columna regular en su publicación, llamada Calle Ocho News, mi respuesta fue: "¿cómo no? Es en la Calle Ocho donde me siento más como en casa”. También es un área que corre peligro por el ataque del desarollo sin piedad, la codicia y, lamentablemente la falta de consideracion por lo que representa el barrio y por aquellos a quienes les importa.

En esta columna, compartiré fragmentos de Mi pequeño pedacito de América. Resaltaré a las personas que hacen que La Pequeña Habana sea especial y la historia que la enmarca, la explica y la configura. También reflexionaré, comentaré y me obsesionaré con todos mis despertares y descubrimientos. Especialmente con los momentos en los que me doy cuenta de que La Pequeña Habana es uno de los últimos (Sino el ÚLTIMO) lugares de Miami, tan distinto, y deliciosamente espontaneo.

Espero poder compartir ideas, impresiones y definiciones de lo que me hace a mí y a los que me rodean “diferente” en otras palabras, miamenses. Compartiré constantemente ejemplos de las distintas perculiaridades de La Pequeña Habana. También voy a tratar de describir la vulnerabilidad y autenticidad de su gente.

En esta mi columna inicial, les propongo la idea de que La Pequeña Habana pertenece no solo a los cubanoamericanos, sino a todos los miamenses y a todos los recién llegados o visitantes bien intencionados que se preocupan por preservar la cultura y la historia. La responsabilidad de integrar de manera inteligente y práctica el futuro de la infraestructura, el clima empresarial y social al igual que la identidad cultural de La Pequeña Habana recae sobre nosotros, como miamenses, como estadounidenses, como personas que se preocupan por los lugares donde los gallos todavía cantan por las mañanas.

Este, mis amigos y enemigos es Mi pequeño pedacito de América y en estas páginas compartiré mis nociones y observaciones.

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